En primer lugar, doy gracias a Dios por haber llegado hasta aquí y por haber sobrevivido. De pequeño, con algunos meses, estaba destinado a morir. En aquellos interiores profundos de Santa Catarina, Concordia, todavía no había médicos. Todos, desolados, decían: “pobrecito, va a morir”. Mi madre, desesperada, después de hacer el pan familiar en un horno de piedra, lo dejó entibiar y sobre una pala de madera me colocó unos cuantos minutos allí dentro. A partir de este experimento último, mejoré y aquí estoy como sobreviviente.
Pensaba que nunca pasaría de la edad de mi padre que murió de un infarto fulminante a los 54 años. Sobreviví. Escribí un balance a los 50. Después pensaba que no pasaría de la edad de mi madre, que también murió de infarto con 64 años. Sobreviví. Hice otro balance a los 60. Entonces, estaba seguro de que no llegaría a los 70. Sobreviví. Tuve que escribir otro balance a los 70. Finalmente, pensé convencido, de todas maneras, no llegaré a los 80. Sobreviví. Y tengo que escribir otro balance.
Como salí desacreditado en mis previsiones, ya no pienso en nada más. Cuando llegue la hora de que sólo Él conoce, iré alegremente al encuentro del Señor. Releyendo los distintos balances, sorprendentemente y sin intención previa, veo que hay constantes que atraviesan todas las memorias. Voy a tratar de hacer una lectura de ciego que solo capta lo que es relevante. Siempre estuve movido por alguna pasión más fuerte que me llevaba a hablar y a escribir.
La primera pasión fue por la Iglesia renovada por el Concilio Vaticano II. Escribí mi tesis doctoral en Múnich: La Iglesia como sacramento; Iglesia: carisma y poder (que me llevó al silencio obsequioso) y Eclesiogénesis: las CEBs reinventan la Iglesia.
La segunda pasión fue por el Jesús histórico, su gesta que lo llevó a la cruz. Escribí Jesucristo el Liberador; Nuestra resurrección en la muerte; El evangelio del Cristo cósmico; Vía Crucis de la justicia.
La tercera pasión fue por San Francisco de Asís, el primero después del último (Jesús).
Escribí Francisco de Asís: ternura y vigor; San Francisco: nostalgia del Paraíso; Comentario a su Oración por la Paz.
La cuarta pasión fue por los pobres y oprimidos. Nació la teología de la liberación y escribí Teología del cautiverio y de la liberación; El caminar de la Iglesia con los oprimidos; y junto con mi hermano Fr. Clodovis escribimos Cómo hacer teología de la liberación.
La quinta pasión fue por la Madre Tierra super explotada. Escribí La opción Tierra: la solución a la Tierra no cae del cielo; El Tao de la liberación: ecología de la transformación junto con Mark Hathaway; Cómo cuidar la Casa Común.
La sexta pasión fue por la condición humana sapiente y demente. Escribí El destino del hombre y del mundo; El águila y la gallina: una metáfora de la condición humana; El despertar del águila: lo dia-bólico y lo sim-bólico en la construcción de la realidad; Saber cuidar; El cuidado necesario; Femenino-Masculino con Rose-Marie Muraro; El ser humano como proyecto infinito.
La séptima pasión fue por la vida del Espíritu: Traduje la obra principal del místico Maestro Eckhart; retraduje actualizándola la Imitación de Cristo de 1441 añadiéndole una parte nueva: El seguimiento de Cristo; Experimentar a Dios hoy; La Santísima Trinidad es la mejor comunidad; El Espíritu Santo: fuego interior, dador de vida y padre de los pobres; Espiritualidad: un camino de transformación.
He publicado cerca de cien libros. Es trabajoso, con solo 25 letras, componer las palabras y después con las palabras formular las frases y por fin con las frases concebir el contenido pensado de un libro. Cuando me preguntan: “¿Qué haces en la vida”? Respondo: “soy un trabajador como cualquier otro, como un carpintero o un electricista. Solo que mis instrumentos son muy sutiles: apenas 25 letras”. “¿Y qué es lo que pretendes con tantas letras?” Respondo: “solo pensar, en sintonía, las preocupaciones mayores de los seres humanos a la luz de Dios; suscitar en ellos la confianza en las potencialidades escondidas dentro de sí para encontrar soluciones; intentar llegar al corazón de las personas para que tengan compasión por el sufrimiento injusto del mundo y de la naturaleza, para que nunca desistan de mejorar siempre la realidad, comenzando por mejorarse a sí mismos. Para que, independientemente de su condición moral, se sientan siempre en la palma de la mano de Dios-Padre-y-Madre de infinita bondad y misericordia.
“¿Valieron la pena tantos sacrificios para escribir?” Respondo con el poeta Fernando Pessoa: “Todo vale la pena si el alma no es pequeña”. Me esforcé para que no fuese pequeña. Dejo a Dios la última palabra. Ahora en el atardecer de la vida, reviso los días pasados y tengo la mente vuelta hacia la eternidad.
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